"La célula de esperma avanza a impulsos rítmicos y se une al óvulo.
Las moléculas de DNA danzan juntas. Las concentraciones de campos a modo de impulsos inician una interacción, se multiplican y se diferencian dando como resultado una nueva pauta, algo único en el universo: un nuevo ser!
Recordándolo todo, ese ser recorre las diversas etapas de la evolución terrenal, acompañado en todo momento por el poderoso latir del corazón de la madre. Se ve sacudido en lo más profundo por esas pulsaciones, que le prometen sentido, plenitud, sincronía. Seguro en este ritmo, su propio corazón va tomando forma y comienza un latido de respuesta.
Tan pronto como es posible después del nacimiento, la madre coge al niño en brazos y le pone la cabeza contra su corazón. El ritmo continúa allí, un latir seguro y fiable con el que medir el flujo de crecimiento y cambio.
Posteriormente habrán otros ritmos, otras relaciones, pero siempre permanecerá un profundo conocimiento de esos primeros momentos, un recordatorio de que es el ritmo lo que sostiene la vida y subyace bajo toda modalidad de existencia".
Por muchas que sean nuestras imperfecciones, en el fondo de todos nosotros existe un pulso silencioso de ritmo perfecto, un complejo de formas de ondas, vibraciones y resonancias, absolutamente individual y único, y que sin embargo, nos conecta con todas las demás cosas del universo. El acto de ponernos en contacto con este pulso puede transformar nuestra experiencia personal y de un modo u otro, alterar el mundo que nos rodea".
Hay sociedades humanas tan simples y poco adornadas como para no poseer más ropas que el taparrabos, más herramientas que el palo o la `piedra, como carecer de morada permanente, de esculturas o de cualquier otro tipo de arte plástico, pero en ningún lugar de este planeta se encontrará un pueblo sin música y sin danza.
En Nueva Guinea un jefe tribal arranca sonidos hipnóticos a una especie de arpa formada por escarabajos vivos y zumbantes, en otro extremo del mundo los pigmeos de la raza Ba Mbuji, despiertan a la jungla con felices cantos y palmadas, en el Himalaya, los músicos de los templos estremecen a los valles con el espeluznante sollozo de trompas de veinte pies de longitud, mientras que los sacerdotes que meditan consiguen en una sola voz la emisión de tres tonos simultáneamente, y en trinidad y en el central Park de New York, los músicos de las indias occidentales arrancan ritmos de calipso a las tapas de bidones de petróleo usados…es la fiesta global de los sonidos!¡ Un mundo en perfecta armonía!
Contemplando las pirámides y las catedrales, las fábricas y los rascacielos, las ciudades y los imperios, podríamos llegar a mostrarnos de acuerdo con la opinión que el “ser humano es un constructor nato”, y que los hombres seguirán construyendo hasta que los prados se vean coronados por altos edificios de hormigón. Sin embargo, esta opinión no se ve corroborada por los registros antropológicos. Lo único cierto e incontestable es que el ser humano es un cantante y danzante nato. Culturas ricas y complejas existieron durante al menos un millón y medio de siglos sin pirámides ni catedrales, y resulta concebible un futuro sin edificios elevados,. Pero una humanidad sin música no es que resulte inconcebible, sino que es imposible.
En el fondo de todas las modalidades de energía y movimiento, en el mismo centro de la propia existencia existe la música, pero sobre todo está ese “juego de frecuencias modeladas contra la matriz del tiempo”: EL RITMO.
Hace 2500 años Pitágoras sentenció; la piedra no es más que ritmo petrificado.
Hoy la ciencia dice que: TODA PARTÍCULA DEL UNIVERSO FÍSICO DERIVA SUS CARACTERÍSTICAS DEL TONO, PAUTA Y ARMONÍA (RITMO), DE SUS FRECUENCIAS PARTICULARES DE SU “CANTO”.
La música no es más que el reflejo sonoro de la estructura del mundo, que explícita la cualidad rítmica de todas las cosas.
La música es una miniatura de la armonía del universo entero, porque la armonía del universo es vida en sí misma, y el hombre, siendo a su vez otra miniatura del mismo universo, muestra acordes armoniosos o desafinados en su pulso, el ritmo cardíaco, en sus vibraciones, ritmo y tono.
Alcanzar la espiritualidad significa comprender que todo el universo es una sinfonía; en ella cada individuo es una nota y su felicidad estriba en afinarse perfectamente a la armonía del cosmos.
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